Volvemos de las extrañas vacaciones estivales y nos enfrentamos al reto de cómo se desarrollará la crisis. Tenemos la incertidumbre sobre la solución sanitaria y sobre las medidas políticas que se puedan adoptar en cada momento. Pero también la expectativa de conocer el daño real que la crisis ha causado ya en empresas, puestos de trabajo y cadena de pagos.
La incertidumbre sanitaria se centra tanto en el plazo de tiempo en el que se podrá disponer de las adecuadas vacunas y tratamientos, como en la deriva que los rebrotes (ya claramente presentes) puedan generar en lo que es el potencial colapso del sistema sanitario para atenderlos. Ambos temores seguirán generando un detraimiento de actividad y de consumo que lastra la actividad económica. Ello es especialmente cierto en determinados sectores como es el caso de la hostelería y restauración y los viajes.
La incertidumbre sobre las medidas políticas que aun puedan adoptarse, semejantes o no al aislamiento que padecimos en meses pasados, frena toda nueva inversión y aplaza decisiones necesarias para la reactivación.
Finalmente, la expectativa de saber el daño real ya producido pone a muchas empresas y a muchos trabajadores en guardia ante riesgos de toda índole. Se cree que hay decisiones de cierre de empresa que se han aplazado hasta la vuelta de vacaciones, a resultas de cómo evolucionase la situación y de cómo se gestionasen las ayudas. En ese contexto, ante la continuidad de las incertidumbres sanitarias, es de temer que veamos una cascada de expedientes de concurso de acreedores en los próximos meses, con la posible generación de un efecto dominó por los impagos interempresariales.
Qué debemos hacer.-
No pinta bien, pero no por ello debemos parar. Debemos reorientar nuestras actividades a un mundo con COVID. Cuando no sea el COVID, puede ser el riesgo de cualquier otra pandemia. La realidad dice que seguimos siendo un mundo superpoblado con necesidades de consumo enormes que requieren la circulación de servicios y mercancías. Y la circulación de servicios y mercancías exigida conlleva importantísimos adelantos tecnológicos, su implantación y su desarrollo. El mundo con COVID sigue siendo un mundo de oportunidades en el que hay que trabajar para alimentar a la población, satisfacer sus deseos de consumo y atender sus necesidades sanitarias y vitales.
De las crisis se sale siempre con la movilización del consumo y de la producción. Ese es el trabajo a desarrollar. Y hay que hacerlo en un entorno en el que la responsabilidad social y ambiental de las empresas gana peso como objeto de atención por parte de consumidores y usuarios. El COVID ha obligado a la humanidad a asumir planteamientos solidarios de responsabilidad, como el aislamiento y el llamado “distanciamiento social”. Y curiosamente ese “distanciamiento” nos ha acercado más a todos, pues se ha puesto de manifiesto la necesidad de que la actividad que se desarrolle sea respetuosa con el entorno natural y con los demás.
Hay que convivir con el COVID como un factor más de nuestro entorno, reorientando la actividad de las empresas hacia las nuevas necesidades que se van poniendo de manifiesto. La solución sanitaria tardará más o menos en llegar, hay empresas que podrán trabajar en proyectos que la aceleren, pero el resto de empresas también pueden jugar un papel en la normalización y recuperación económica asimilando el entorno que nos ha tocado vivir.